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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA testa que nada quiere para él; que la gran ilusión de su vida es llegar a ver establecido en Palestina el hogar nacional judío, y que todo lo que pide es que si Inglaterra gana la guerra, aco– ja favorablemente la posibilidad de llevarlo a cabo. Los vencedores de la primera guerra se reparten la geogra– fía perdida por los vencidos, quedándose Gran Bretaña con el protectorado de Palestina. Los árabes obstaculizan la inmigra– ción judía; los encuentros sangrientos son frecuentes; hebreos y árabes saben que el poder inglés se encamina a la aplicación práctica de la declaración de Balfour, y que su completa rea– lización será cuestión de tiempo. El 11 de septiembre de 1920 es proclamado solemnemente el mandato ingl.Ss, y Hubert Sa– muel, amigo de los judíos, presta el juramento de fidelidad. Asisten, entre otros, el general Allemby; Abdullah, emir de Transjordania y más tarde rey; los patriarcas cismáticos griego, armenio y sirio, y gran multitud de judíos. Evitan prudente– mente la presencia el patriarca y el custodio latinos. La pobla– ción árabe de Jerusalén declara día de luto y cierra los comer– cios. Así se inicia una pugna que irá enconándose a lo largo de veintiocho años y traerá consecuencias insospechadas. Ante la inminencia de la segunda guerra mundial, los ju– díos huyen de Europa hacia Palestina, incluso en los buques llamados ataúdes, porque en ellos van centenares de personas hacinadas, cayendo la mayor parte de ellas al mar o en tierras inhóspitas, por habérseles cerrado las puertas de la inmigración en Palestina. En la segunda guerra mundial, los judíos contri– buyen a la lucha con treinta mil voluntarios junto a las fuerzas británicas del Oriente Medio. Terminada la contienda y derrotados los enemigos de los judíos, ven éstos llegada la hora de realizar sus sueños secula– res. Hasta el año 1947, Inglaterra ejerce el mandato sobre el país, en medio de un constante estado de rivalidad y de vio-
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