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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 191 esto indica una causalidad divina, en virtud de la cual los li– bros se hacen palabra de Dios. Desde los c.omienzos de la Iglesia está tan arraigada la persuasión del origen divino de los Sagrados Libros que no se piensa en probarla ni definirla. Hay, sin embargo, dos textos en el Nuevo Testamento, explícitos, que resumen per– fectamente esta persuasión. Según 2 Pt. 1,20, los profetas no hablaron por voluntad propia, sino «motivos por el Espíritu Santo». San Pedro se refiere a las profecías escritas, pues únicamente así podían hallarse en poder de los fieles y servirles de instrucción y confirmación en la fe. Esta moción del Espritu se aclara y precisa en San Pablo, quien hablando en 2 Tm. 3, 15-17 de las Sagradas Letras afir– ma que «toda Escritura es divinamente inspirada)). La pala– bra griega usada tiene un valor técnico, de donde se ha de– rivado nuestro vocablo de «inspiración». 2) Testimonio del Magisterio ordinario de la Iglesia. Desde sus orígenes la Iglesia proclama incesantemente su convicción del origen divino de la Biblia, tanto por el uso que hace de ella en los oficios litúrgicos como por las afirma– ciones de sus doctores. En el uso litúrgico distingue netamente los Libros Sagra– dos de cualquier otro libro de la antigüedad cristiana, como las Cartas de San Clemente, las Actas de los Mártires o los escritos de los Romanos Pontífices. Mientras los libros ca– nónicos o sagrados se leen bajo el nombre de Escrituras y, por tanto, como inspirados y como regla de fe y costumbres, los otros se leen con una finalidad de edificación espiritual. Los Santos Padres, en sus obras apologéticas, exegéticas y en la predicación aJ pueblo, recurren a la Escritura como a

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