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EL MENSAJE DE LA BIBLIA su calidad de enviados del Padre consta también histórica– mente. Ya los judíos consideran los libros santos como palabra de Dios, escrita por mandato suyo. Dios manda a Moisés po– ner por escrito sus palabras (Ex. 17,14; 34,27). Los profetas hablan por orden de Dios, bajo el impulso del Espíritu Santo, y escriben los oráculos a fin de que dure su memoria (Is. 30,8: Jer.. 30,2; Hab. 12,3). Entre los demás. escritores existe la convicción de que escriben en nombre de Dios. Los rabi– nos invocan la autoridad absoluta de las Escrituras con ex– presiones características, como «e'lla ha dicho», «según lo que ha sido dicho», «según está escrito» y otras similares. Las mismas fórmulas encontramos en boca de Jesús y los Apóstoles. Cuando aluden al Viejo Testamento usan fórmu– las solemnes y consagradas para determinar la autoridad de la Escritura: «como está escrito», «está escrito»; acuden a las Escrituras cuando intentan proponer un argumento irrefra– gable (Mt. 4,4; Me. n,17; Le. 7,27; Jn. 2,17; He. 223,5; R. 1,17; 1 Pt. 1,16; «Dios ha dicho» (2 C. 6,16). La ley de Moisés, los Profetas y los Salmos (Le. 24,44) deben «cum– plirse» (Mt. 26,54; Me. 15 ; 28), y no pueden fallar (Jn. ro,35) porque contienen los «oráculos de Dios» (He. 7,38; R. 3,2). Es Dios quien ha hablado a Moisés (Me. 12,26; Jn. 9,29; R. 9,15) y por la boca de los santos profetas (Le. 1,70; R. 12). En las disputas con los judíos, Jesús invoca la Sagrada Escritura como autoridad máxima e infalible : «Escudriñad las /Escrituras, ya que :en ecas creéis tener la vida eterna, pues ellas dan testimonio de mí» (Jn. 5,39). Como si dijese: «Por el mero hecho de hallarse escrito en el libro de la Ley es verdadero y cierto.» La fuerza del argumento se funda en el convencimiento del origen divino de la Escritura. Todo
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