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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA I79 de los biblistas católicos y suscita resonancias de admira– ción y aprobación entre los estudiosos de otros credos. El francés Vaganay califica el documento de «encíclica liber– tadora». El Santo Padre hace justicia al esfuerzo de los exé– getas católicos modernos, defendiendo la libertad de sus in– vestigaciones, dentro de la más estricta fidelidad a la doctri na y las normas de la Iglesia. A diferencia de Benedicto XV, Pío XII piensa, sobre todo, en los servicios que los nueyos métodos pueden prestar a la inteligencia del Texto Sagrado ; aconseja y manda su empleo. «Dios, por condescendencia o sincatábasis, ha hablado :i los hombres en la Escriúura 1 se– gún los hombres acostumbran a hablar. Por eso, las pala– bras de Dios, expresadas en lengua humana, se hacen en to– do semejante al humano lenguaje, excepto en el errorn. En– tre los orientales, Dios se acomodó al genio oriental. Bajo su inspiración, escritores semitas han escrito la historia a la manera de los semitas. Esta manera difiere profundamente de la de los griegos, romanos y mucho más de los contempo– ráneos. Es necesario, pues, conocer en qué consistía. He aquí la labor del exégeta. «No es muchas veces tan claro en las palabras y escribas de los antiguos autores orientales, como lo es en los de nuestra época, cuál es el sentido literal, pues lo que aquellos quisieron significar no se determina por las solas leyes de la gramática o de la filología, ni por el solo contexto del discurso, sino que es preciso que el intérpreté vuelva, por decirlo así, a wqueUos remotos siglos del Orien– te y con la ayuda de la historia, de la arqueología, de la etnología y de otras disciplinas, discierna y distmtamente vea qué géneros literarios, como dicen, quisieron emplear o de hecho emplearon los escritores de aquella vet¡usta edad, pues no siempre empleaban las mismas formas y los mismos mo-
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