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164 EL MENSAJE DE LA BIBLIA sidas de un profundo sentido doctrinal; de las parábolas flúi– das, diáfanas y transparentes como el agua de Tiberiades. Léanse las parábolas, por ejemplo, del sembrador y de la ci– zaña (Mt., 13 lss), las comparaciones del hijo que pide pan: «Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro padre, que está en los cie– los, dará cosas buenas a quien se las pidé>> (Mt., 7,7 ss). De la circunstancia más insignificante y trivial Jesús saca una mo– raleja luminosa. Examínense las bellísimas parábolas de las ,diez vírgenes, cinco de ellas prudentes y cinco necias (Mt., 25, lss) y de los talentos (Mt., 25-14 ss). Estas parábolas cautivan y encandilan como una trama dramática, por el interés cre– ciente con qué se mantiene el monólogo y el diálogo. Léanse las escenas tiernas, llenas de suavé delicadeza, del hijo pródigo y dél buen samaritano; ninguna literatura ha sabido interpretar más sencillamente ni con más hon– dura psicológica la desgracia de un joven orgulloso y la mi– sericordia de un padre bueno (Le., 15-II ss). La escena del buen samaritano arranca sentimientos de compasión y es mo– delo de instrucción religiosa (Le., 10,30 ss). Las parábolas testimonian, aun prescindiendo de su con– tenido sublime, la presencia de un auténtico talento de poe– ta y de narrador. Por eso el Evangelio entusiasma y sub– yuga.

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