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P. CARLOS DE VJLLAPADIERNA en 1os libros históricos del Antiguo Testamento, encontramos trozos del más puro lirismo. Táles son, por ejemplo, el cán– tico del Magnificat de la Santísima Virgen (Le. 1,46 b. ss.): «Mi alma magnífica al Señor y salta de jubilo mi espíritu en Dios, mi Salvador, povque ha mirado la humildad de su sierva; por eso, todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi maravillas el Todopoderoso, cuyo nombre es santo», los himnos del Benedictas de Zaracías (Le. 1,68 ss.), y del Nunc dimittis de Simeón (Le. 2,29 ss.). Los autores se proponen la pregunta: ¿fué Jesús un ver– dadero poeta? No lo fué, responden, en el sentido de que todas y cada una de sus palabras sean obra poética. Pero, tal cual aparece por la comparación de los diversos Evangelios, hemos de decir que Jesús fué verdadero poeta. Basta para percatarse de ello, leer el himno de acción de gracias, pronun– ciado al regreso de los <iiscípulos misioneros : ce Volvieron los setenta y dos 11enos de alegría, diciendo: Señor, hasta los demonios se nos sometían en tu nombre ... » En aquella hora se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo y dijo : «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y <le la tierra: porque has ocul– tado esas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a los pequeños ... » Vueltos a los discípulos aparte les dijo: «Dicho– sos los ojos que ven lo que vosotros veis, po¡,que yo os digo que muchos profetas y reyes quisieran ver lo que vosotros , 2is y no lo v;eron, y oír lo que oís y no lo oyeron» Le., 10,17ss.; Cfr. Mat., II, 25 ss.). Igualmente se revela como poeta en los discursos didácti– cos, en el grupo de sentencias artísticamente ordenadas. donde se encuentran las diversas formas de paralelismo : estos dis– cursos revelan su genio poético a través de las comparaciones delicadas y asequibles; de las imagenes familiares, pero han-
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