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P. CARLOS DE VILLAPADIERNA 161 elevarse a Dios, que se familiarice diariamente con las ideas de este libro sobrehumano. Los Ez.1angelios ((Dtspués de haber leído muchos libros-exclama M. La– boylaye-pienso en Fausto y en esta ciencia qu,e, enseñán– donos que no podemos saber nada, nos quita toda creen– cia, toda alegría, todo amor. Cansado y abatido, como un hombre abrumado por una pesadiHa, abro el Evangelio : me parece, que salgo del imperio de las sombras para entrar en el reino de la luz y de la verdad. Este lenguaje familiar que entusiasma mi infancia, me emociona con su profundi– dad ; veo y siento una ciencia que aventaja con mucho a todas las concepciones humanas. Después de diecinueve si– glos la sabiduría de los hombres nos lleva a la duda angus– tiosa de un mundo en descomposición; después de diecinue– ve sig:os Cristo nos habla de Dios, ele nuestra alma, de la salvación, del deber, de la libertad, de la justicia, como si aca– base de escuchar el grito de nuestro corazón inquieto y tur– bado. Contemplad las obras de los filósofos Hegel y Espino– sa, estudiad sus producciones atormentadas, seguid la agude– za de sus razonamientos y luego tomad el Evangelio, leed al azar un discurso de Cristo, colocad al lado de Espinosa y de Hegel la figura dulce y sen:na de Jesús. ¿ Dónde está la doc– trina que puede entusiasmar a los más grandes espíritus y consolar a los más pequeños? ¿ Dónde está la vida y la es– peranza? ¿ Dónde la regla del deber y de la justicia? Los sis– temas de Espinosa no han sobrevivido a su maestro: la teo– ría ,dt Hegel está muerta y arrumbada, como todas las obras humanas. Una sola filosofía mantiene toda su inmuta-

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