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P. CARLJS DE \'ILLAPADlERNA 145 durante gran parte de la noche, y de un tirón leí el Evangelio de San Mateo. Me sucedió lo mismo con el Evangelio de San Juan». En los Evangelios, la persona de Jesús y sus enseñanzas son prácticamente inseparables. Porque Jesús no solamente ha predicado con los labios una doctrina, sino que ha vivido en su mis;na carne esa doctrina, su vida ha sido de acción y de sufrimientos. La finalidad del Evangelio no es solamen– te una enseñanza intelectual, sino una forma de vida prác– tica fundada en sus normas. Por eso, al principio está la penitencia; es decir, la po– sición del hombre con relación a Dios, considerado como centro de vida, y la muerte del yo individual. Este yo debe resucitar, 'sin embargo, en Dios, a una vida nueva y divina; lo cual equivale a caminar en pos de Aquel que dijo de sí mis– mo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre si no es por mín (J n., 14,6). En el capítulo acerca de la belleza de la Biblia trataremos de la excelencia de los Evangelios. Hechos de los Apóstoles.- Si los Evangelios son la na– rración de la vida y enseñanzas de Jesús, el libro de los He– chos de los Apóstoles es la primera página que cuenta en letras de oro la historia de la primifiva Iglesia de Jesucrist10. Esta primera historia de la Iglesia revela la fuerza vivificadora del Espíritu, y en todo su vigor la acción contínua de Jesús glorificado ... El lector ve en este libro la marcha triunfal de la naciente Iglesia en la comunidad de Jerusalén, en las ciu– dades del Imperio Romano, y, finalmente, en Roma. Lo mismo que entonces, también hoy la lect1ura de este libro es apta para confirmar la fe en los orígenes divinos de la religión 10

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