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12 PRÓLOGO Las principales manifestaciones de Dios a los hombres están relatadas en la Biblia, y las palabras que Dios se ha dignado dirigir a la humanidad quedaron consignadas en ella. En los Evangelios tenemos recogida la predicación de Jesús, y los de– más escritos del Nuevo Testamento son como eco de las ense– ñanzas del Divino Maestro. Son muchos los que piensan-y tlÍ lo sabes bien, lector-que la' Biblia es un libro divino, es "palabra de Dios", porque en ella se contienen las divinas enseiíanzas de Jesús y las principales verdades religiosas que Dios ha revelado a los hombres. Pero la Biblia no es "palabra de Dios" por este motivo. Sería defectuoso, incompleto, erróneo, pensar que, por registrarse en estos libros la revelación divina, ya son por eso sólo "palabra de Dios". La Biblia es "palabra de Dios", no por lo que contiene, sino por ser Dios mismo su principal autor. lvluclws hombres inter– vinieron, durante bcll'tante más de mil aiíos, en la labor de escri– bir los numerosos libros de que se compone la Biblia. Pero, según la doctrina católica, en todos ellos intervino la acción de Dios de tal manera, que la inteligencia y la voluntad de cada uno de estos hombres estuvo positivamente influída por la acción divina. Por este influjo positivo quedaban en realidad converti– dos, sin dejar de ser verdaderos autores humanos, en instrwnen– tos racionales al servicio directo de Dios. Lo que pensaban y querían decir y decían de hecho, lo pen– saban, lo querían y lo decían como hombres, como seres inte– lectuales. Pero, junto con ellos, y por la acción de Dios sobre ellos, Dios también lo pensaba, lo quería decir y de hecho lo decía. Ni un solo pensamiento ni una sola idea quedaban fuera del campo de la acción directa de Dios. Y aunque ellos fu eran totalmente libres, como seres racionales, en cuanto escribían; y aunque, a veces, ni siquiera tuvieran conciencia clara de estar escribiendo bajo ese especial influjo divino, de hecho era Dios quien influía en su mente y en su voluntad, y quien vigilaba su pluma, para que recta y fielmente concibieran y expresaran todo y s<Ílo aquello que Dios quería expresar o decir. Así ellos eran verdaderos autores de sus escritos, como lo son los hombres.

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