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126 EL MENSAJE DE LA BIBLIA La Vulgata.-El griego fué la lengua primitiva de la Igle– sia ; los predicadores de la primera y segunda generación anunciaron el Evangelio en griego, el Nuevo Testamento fué compuesto en griego ; los Padres apostólicos y apologistas compusieron sus obras en griego ; ésta fué también la lengua litúrgica primitiva, y en ella se hacía la lectura pública de los Libros Sagrados; para el Viejo Testamento se servían de los Setenta, y para el Nuevo, de los Textos originales. La Igle– !'ia de Roma usó el griego hasta la mitad del siglo rn, como lo testimonian los libros litúrgicos, las inscripciones funera– rias de las catacumbas, los nombres de los Papas, etc. La necesidad de una versión latina de la Biblia se hizo apremiante cuando el cristianismo penetró en pueblos donde se ignoraba el griego. Ya en el año 180 existfan traduccio– nes latinas, al menos de las epístolas de San Pablo, según declaración de doce fieles de Scillum, pequeña aldea de Nu– midia, los cuales, al comparecer ante, el tribunal de procónsul Saturnino, en Cartago, declararon al magistrado llevar con ellos «los libros y epístolas de Pablo, varón justo». Tertu– liano y San Cipriano conocieron también versiones latinas. A estas versiones en latín, anterioi;es a San Jerónimo, se les ha dado el nombre común de Vetus Latina. La multiplicidad de versiones latinas y las consiguientes diferencias en la traducción tenía graves inconvenientes para la lectura pública, el uso litúrgico y la misma controversia con los judíos y herejes. Se imponía una revisión a fondo del texto bíblico. Un hombre, sobre todo, intentó tamafía em– presa: San Jerónimo: nacido hacia el año 347-349 en Estridón, pequeña ciudad de Dalmacia. Hechos sus estudios en Roma, bajo la dirección del célebre gramático Donato, marchó a
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