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114 EL MENSAJE DE LA BIBLIA autores ocultan su verdadera personalidad bajo el nombrt de algún personaje famoso: un profeta, un apóstol o un san. · to. Para producir una impresión fuerte en el espíritu del lec– tor, hacen gala de revelaciones extraordinarias y se atribuyen la inspiración divina y el conocimiento de hechos o tiradiciones aún no divulgadas. Un ejemplo: como el libro canónico de los Hechos de los Apóstoles no habla más que de San Pedro y San Pablo, libros apócrifos suplieron el silencio de San Lu– cas sobre la predicación y la actividad de los otros apóstoles. Desde el principio, las autoridades de la Iglesia pusieron a los fieles en guardia, a fin de que no se dejasen alucinar por las descripciones detalladas y a ratos ridículas e infantiles de estos libros, muchos de ellos de origen abiertamente he– rético. Sin embargo, en la piedad popular, en las manifestacio– nes literarias y artíst~cas tuvieron gran resonancia ; la poesía y la artes plásticas se alimentaron frecuentemente de moti– vos tomados de los libros apócrifos. Los protestantes ~laman a los libros deuterocanónicos «apócrifos», y a los que nosotros denominamo<; «apócrifos», ellos «pseudoepígrafos>l. Artículo V.-Unidad y variedad Los setenta y tires libros de la Bibl;a católica se han for– mado, en circunstancias diversas, durante un período de mil quinientos años, en lugares y países muy distintos, escritos en varias lenguas: en hebreo, en arameo, la lengua de los di– plomáticos y los comerciantes; en griego, el idioma más sua– ve, más sonoro, más bello de cuantos han aparecido en labios humanos.

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