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306 ISIDORO DE VILLAPADIERNA que obligará a trasladarse a otro sitio en 1613. En Granada (1614) se declinó la oferta de una quinta con huerta y jardín y de un carmen junto al Darro, escogiéndose para la fundación una pequeña casa a espaldas del Hospital Real; para tutelar el recogimiento de los reli– giosos, se obtuvo del rey la demolición de la torre-atalaya del hospital que dominaba huerta y convento. Finalmente, el convento de Sala– manca (1615) fue acaso el más acertado, un poco en las afueras de la ciudad pero con hermosa huerta y muy buen agua. Como se ve, muy pocos de los 56 primeros conventos españoles podrían rivalizar, en cuanto a belleza panorámica, con los italianos, incluso los de la primera hora, verdaderos nidos salvajes en bosques o colinas arboladas, donde la oración era fácil y el silencio estaba punteado por el canto de los pájaros. La austera ecología española hacía más patética «la más desesperada vida», como el cronista Ber– nardmo de Colpetrazzo definió la primitiva vida capuchina. 4. LA VIVENCIA DE LA CONTEMPLACIÓN Y DEL RETIRO La soledad y aspereza del habitat son un coadyuvante de la vida contemplativa, no su causa eficiente. Esta hay que buscarla en la vida que llevaban los moradores de esos conventillos y eremitorios observando una regla y constituciones que, como hemos visto ante– riormente ,daban el absoluto primado a la oración, maestra espiritual de los frailes y finaliJad principal de la vida religiosa capuchina. El clima y nivel espirituales eran más o menos uniformes en todas las provincias capuchinas, cuyos primeros miembros habían recibido su formación religiosa en la provincia de Cataluña. La restricción del apostolado, la norma que sólo la caridad o la necesidad habían de sacar al religioso de su convento, el mayor número de sacerdotes simples, es decir no empeñados en el apostolado, la falta absoluta de exigencias y comodidades y, por tanto, un menor número de ocupa– ciones materiales ponían a disposición de los religiosos abundante tiempo libre en beneficio de la oración y contemplación. No es exa– gerado lo que en 1685 escribía el padre Isidro de León que a los reli– giosos de Castilla «no les parece mucho ga,::+qr de ordinario seis o siete horas en el ejercicio de la oración». 39 38. Sobre los primeros conventos capuchinos de Italia véanse Edouard d'Alen~on, Les pre– miers couvents des Freres-Minettrs Capucins, en «Etudes Franciscaines» 28 (1912), 484-503; íd., De primordiis, 59-62; Emidio d'Ascoli, I primi conventi dei Frati Minori Cappuccini, in Liber memoria/is Ordinis Fratrum Minorum S. Francísci Capuccinorum, Roma 1928, 53-74. 39. Isidro de León, Místico cielo, I, Madrid 1685, 160.

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