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LA TENDENCIA EREMÍTICA EN LOS PRIMEROS CAPt.JCHINOS EN ESPAÑA 305 duda por lo más llamativo de su atuendo, el capucho y la barba. Tal vez por una deferencia hacia los extranjeros, aunque la primera co– munidad constaba de 29 religiosos todos ellos españoles, 31 a la inau– guración de la primera residencia, en el Hospital de los italianos el 12 de noviembre de 1609, asistieron 60 descalzos y otros tantos obser– vantes, no obstante haber sido estas dos familias los grandes oposi– tores a la entrada de los capuchinos en la corte tres años antes. Las fundaciones efectuadas hasta 1618, a pesar de haberse hecho casi todas en ciudades, no habían de desdecir de aquella aureola de er– mitaños con que aparecieron los capuchinos en Madrid. En esta ciudad se rechazó la oferta de una hermosísima huerta con 7.000 árboles contados pero distante una legua, y se aceptó la huerta del duque de Lerma, en el Prado, entonces en las afueras de Madrid y frente a los jardines o bosques del Buen Retiro. A la numerosa comunidad de este convento de S. Antonio, su primer guardián, padre Juan de Villafranca, impuso una vida de retiro «de anacoretas soli– tarios». Las fundaciones que siguieron fueron, por lo general, desacer– tadas, sacrificando la salubridad a la soledad. En Toledo (1611) el convento se estableció en un cigarral con huerta de árboles frutales y fuentes, sitio muy ameno a orillas del Tajo, pero tuvo que ser dejado en 1651 por su mucha distancia de la ciudad -dos kilóme– tros largos- y por el tormento de las moscas, acérrimas enemigas de la oración reposada. El convento de Alcalá de Henares (1612) se cons– truyó fuera de la ciudad, en lugar pésimo cerca del río; por la hume– dad y falta de ventilación fue llamado «sepultura de los frailes», y fue abandonado en 1657. El convento de El Pardo (1612/13) que pudo ser el más idílico por estar en pleno monte, se fabricó casi en el fondo de una vaguada al abrigo de los fríos aires del Guadarrama y casi sin panorama; lugar de tercianas, hubo de ser trasladado en 1638 al encantador sitio actual, donde en 1692 el secretario del minis– tro general, padre Felipe de Florencia, se diYcrtía grandemente con– templando los juegos de los conejos de monte. 37 En Antequera (1613) se escogió la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza sobre un cerro, con buenas vistas y aires saludables, pero obra deleznable y estrecha 34. Véase la lista en Buenaventura de Carrocera, o. c., 48 s. 35. Sobre esta fundación y las demás hasta 1618 véase Buenaventura de Carrocera, o. c., 46-76; para las de Andalucía, también Ambrosio de Valencina, Reseña histórica de la Pro– vincia capuchina de Andalucía, I, Sevilla 1906, 33-39 (Antequera), 40-51 (Granada). 36. 37. Philippus de Firenze, o. c., 121.

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