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más minutos de silencio que él aprovechaba inten– samente para vivir con el Señor. Mientras los jó– venes novicios, menos fervorosos, estaban desea::1- do la dispensa de silencio, él, recogido, un poco re– zagado, saboreaba dulcemente la presencia del Dios del Sagrario en su alma. Explicando las Constituciones era de ver con qué especial fruición leía y comentaba estas hermosas palabras: "Y este altísimo y dividsimo Sacramen– to en el que tan suavemente se digna habitar de continuo con nosotros nuestro dulcísimo Salvador, guárdese eri todas nuestras iglesias en lugar lim– rísimo con arreglo a las leyes litúrgicas; visítenlo los frailes cor.: frecuencia y en su presencia asistan y oren como si estuvieran con los santos ángeles: en la patria celestial." Los comentarios que el Pa– dre Diego hacía a estas palabras eran fervorosos, encendidos y, a veces, decía con cierta. satisfacción infantil: "que nuestras iglesias, gracias a Dios, se distinguían por su limpieza esmerada y por la po– bre:,;a y sencillez". Cuando los novicios barrían la iglesia, él, perS:J– nr.lmente, se cuidaba de que quedase lo mejor ¡: ~– dble y tenía un especial cuidado en que no faJt•• .. sen nunca flores naturales en el altar mayor. De ahí su gran interés en cuidar las flores del jardín que él mismo cortaba y colocaba ante el Sagrario. Un anciano religioso, a quien debemos la mayor ¡,:arte ele estos recuerdos, r.os dice que una de las ocup&ciones que más agradaban al P. Diego era la pre:raración del "monumento" para el día de Jue-

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