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tero, aun en la confesión." Su trato cor. los seglares, fuera del confesionario, era prácticamente nulo. "Vivía aislado casi por completo de visitas", ase– gura uno de los religiosos del convento de Bilbao. "Su presencia en la portería era rarísima, y más si se trataba de mujeres." "Apenas conocía de vista a sus confesadas-dice una de ellas-, y asegura que, a pesar de habersr! confesado con el P. Diego por espacio de veintidós años, hasta que r.o cayó enfermo y fué llevado al sanatorio, nunca le había visto." Es casi inexplicable cómo a un hombre que v'– vió en el convento de Bilbao por espacio de cua– renta y un años, siendo confesor de tanta fama, no se le viese casi nunca en el recibidor. Y no es que fuese insociable; sin ser de carácter comu– nicativo y afectuoso, era delicado de trato "y muy fino E•n el hablar" (P. Lojendio). Pero su amor a la virtud de la castidar1 se extendía a tanto que evi– taba aún las ocasiones más insignificantes de tra– tar con los seglares, máxime coro perSonas de otro sexo. Conocida esta su delicadeza de conciencia, es fá– cil suponer lo mucho que tuvo que sufrir durante su larga enfermedad, y más teniendo que someter– se a intervenciones y curas frecuentes, algunas rle ellas er" partes delicadas para la virtud de la cas– tidad. Refiere el hermano enfermero que tenía gl'ari cuidado en no faltar a la modestia, y cuando el mé- 86

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