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tud de la castidad. C'eito que esta inclinación al estado religioso de– bió sentirla desde muy niño, pero su decisión se aceleró cuando, ec su ministerio pastoral, pudo ver el pel'gro a que estaba expuesta tan delicada vir– tud. "Le horrorizaba-son palabras del P. Diego--el tener que vivir bajo el mismo techo con personas de distinto sexo." Tell vez para algunos esta actitud signifique co– bardfa, pero para los que conocimos al P. Diego po– demos decir que su determinación fué lo más co¡:i– forme con su carácter y cor, su delicadeza de con– ciencia. Toda su vida fue un modelo de austeridad y de mortificación. Solía decir refiriéndose a su cuerpo: "Al asno no se le puede dar ele comer bien, ni tratai'le con mimo, pues inmediatamente da co– ces." Hablando ele la virtu{l de la castidad decía: "Esta virtud es como la flor ele la azucena, hay que tra– tarla cor" la mayor delicadeza, pues ele lo contrario se marchita." Su amor a las flores era un ind:cio ele su cleli- . cadeza de pensamientos y ele conciencia. ¡/Cómo trabajó para hacer el invernadero que aún hoy exis– te al final ele la huerta llamada ele loS' novicios a fin de tener siempre flores para el altar de la Virgen! Sus mejores· ratos los pasaba cLtretenido viéndolas, regándolas, cuidando de ellas. 'I'enía predilección especial por una colecc'ón de begonias, y en cierta 8

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