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IX Más que un hombre, parecía un ángel. Su mi– rada recogida, su acdar silenci.oso, su absoluta mor– tificación de los sentidos; toclo ello hablaba ele un c1lma casta y limpia. La castidacl del P. Diego fue algo que llamó siempre la atención/. Ni una pala– bra' indiscreta, ni una mirada menos grave, todo en él era delicadeza y pudor. Desde niño se distinguió por su recato. Su in– farcia pasó la mayor parte de eIIa en la solecl::1d · ne un molino, apartado por completo ele la cornpa– :iíía de otros niños que no fueran sus hermanos. A los quince años entró en el seminario ele Astor– ga y ya vimos cómo por no tomar parte en la huel– ga de sus compañeros que salían, incluso por h r:.oche, burlando la vigilancia de sus superiores, re– cibió una buena paliza. Su estancia en el seminario fue ejemplar, dist:nguiéndose por su piedad y re– cogimiento. Ordenado sacerdote y destinado a la parroquia de Benavides ele Orbigo, en caliélad ri-· Ecónomo, llamó la atenciór_ ele sus feligreses por su piedad y celo, sobre todo, en el ministerio del confesionario. Sabemos que, al poco tiempo ele re– sidir en este pueblo decidió ingresar en nuestra Orden y que esta decisión tuvo por principr, l l" vil, según confesión propia, la defensa ele la ,-ir- 82
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