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lor extraordinario para medir el gran amor Qllé! tenía a la santa pobreza y como en todo quería vi– v'.r como auténtico pobre que, irscluso, tiene que l1acerse él mismo el vestido. Más de una vez: le vi– mos en la celda remendando la túnica o cosiendo el hábito y, mientras pudo, lavó su ropa a pesar de te- 11er a su disposición cualquier novicio. Ya vimos también cómo su cama era pobrfsima: unas duras tablas cubiertas por una manta sencilla y usada. En la comida era muy parco y la mayor parte de los días, sobre todo en tiempo de cuaresma, no desayu– naba y ordinariamente no tomaba postre. Siempre usó ·un solo par de sandalias y, cuando se fo rom,– pían, .él 111ismo las arreglaba. Pero cuando más heroicamente practicó está vir– tud fué durante los años de su larga enfermedad. Fue para él un gran sufrimiento tener que renun– ciar a su amada austeridad. capuchina obligado por la necesidad y por la voluntad expresa de los su– periores. La túnica de lana tuv·o que dejarla de– finitivamente desde que se le abrió la llaga del costado. En invierno se vio obligado a usar al– pargatas, que él consiguió fueran de · las más or– dinarias; calcetines no usó nunca por espíritu de pobreza. "Nunca pedía nada-asegura una de sus dirigidas-, y lo que se le daba, por poco que fue– ra, le "asustaba", es decir, le parecía demasiado.'' Por espíritu de pobreza no quiso aceptar un pija– ma que le regaló uno de sus dirigidos. Lo mismo, hizo con ciertas medicinas un tanto costosas. Ya vimos cómo se opuso a ingresar en el Sanatorio

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