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C'onstituciones a las que llamaba siempre con ad~ mirable respeto "nuestras santas Constituciones", 'También refería las palabras del seráfico Padre "riuce si hubiese un pan en el mundo, la mitad sería para sus frailes, siempre que éstos fuerar:: hii')S fieles de la santa pobreza. Para confirmar su doctrina contaba el caso succ,. <lido en el convento de Bilbao el año 1917. En, contrándose la Comunidad sin tener que comer, a ,causa de las huelgas, se preserctó un hombre cen t;n borriquito cargado de víveres para los religio– sos. Descargada la n1ercancía y mientras el her– mano portero fue a dar cuenta al P. Guardián, d inesperad& bienhechor desapareció.' También so!fa Teferir el caso del reverendísimo Padre General rlP. la Orden, Bernardo de Andermatt, el cual se cosía :fl mismo el hábito y vivía tar., pobremente qn"" 1larnó poderosamente la atención de todos los reli– giosos en su vlsita a España. Estos y otros casos que el P. Diego contal1a con singular fruición, producían en los novicios una gr"'" estim:i hacia la virtud de la santa póbreza. Pero el P. Diego no se contentaba con alabar la pobreza, él mismo era el primero en practicarla.. Ya hemos visto cómo lo hizo en todos los objetos de su uso. El hermano enfermero que le asistió en los últimos años y a quien debemos detalles intere., santísimos, i::os ha asegurado que el P. Diego se hacía él mismo el hábito, 1nanto y demás prendas de vestir. Es ésta una confidencia que tiene un va- 78

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