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como lo demuestra la gran devociór.· con que siem-– pre hablaba de él. La vida de pobreza de aquellos primeros capu– chinos, algunos de ellos procedentes del conventa de Bayona (Francia) , donde se habían reunido los pocos que quedaban de la época de exclaustración, era sólo comparable cor.• la de los primeros fran– ciscanos. No tenían más que un solo hábito y ést8 muy remendado, comían pobremente, usaban cu– biertos de madera y vasos de barro y en todas, las demás cosas de su uso resplandecía la más estre– cha pobreza. El P. Diego fué educado en este am– biente y no es extraño que amase tanto a esta. frar:.ciscana virtud y que a veces se lamentase de que, con el cambio de los tiempos, hubieran des– aparecido estas austeridades. Y no es que repro– base taxativamente las nuevas costumbres, pero gustaba de recordar los ejemplos antiguos vividos. por él, con obdeto de infundir en sus jóvenes novi– cios el amor a la santa pobreza franciscar:.a. Sqs. pláticas tenían una extraña viveza cuando habla– ba acerca de esta virtud y solía amenizarlas con frecuentes anécdotas vividas por él o sucedidas en su tie;mpo. A los novicios nos encar.taban estas co– sas y, hasta muchas veces, llevados de ese espíritu. crítico propio de la juventud, aplicábamos lo· que nos decía a algunos religiosos que pasaban por el. convento, por eierto no muy parecidos al modelo, que nos habían pintado. Esto, naturalmerste, lle– gaba a veces, a oídos del P. Diego y tomaba de ello• 7 S:,
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