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después se acercó el Superior, el cual nos presentó al religioso del hábito remendado: ¡Era nada me– nos que nuestro futuro Maestro de novicios: el Pa– dre Diego! Este dato es uno de tantos a través de la lal'ga vida del P. Diego, toda ella vivida en la más estre– cha pobreza. Según testimonio de él mismo al hermano enfer– mero que le cuidó en los últimos años y con el cunl tuvo codidencias excepcionales, algunos hábitos le llegaron a durar hasta diez años, y eso que, se– gún la costumbre de la Orden, dormia también con él. El manto que usó últimamente lo tenía hacía ,catorce años. Nunca usó calzadó. Unas Elencillas al– p.argatas fue el mayor alivio que se permitió en los últimos años. Este amor de.l P. Diego a la santa pobreza no PS de extrañar si recordamos los años en que ír_gresó •en la Orden. Fue el año 1901, una época en la que el espíritu de pobrceza estaba en todo su apogéo ,en España, no sólo porque los religiosos eran pocos en número y, por tanto, los medíos de vida muy reducidos, sino también porque erar.: tiempos en los que la pobreza capuchina se practicaba con el máximo fervor. Vivían casi. exclusivamente de la Jimosna, pues los sacerdotes eran pocos, sesenta y tres en total, y la mayor parte de ellos estab:m dedicados al gobierno de las comunidades y a la formación de los jóverces. La vida capuchina en Es– paña era nor aquel entonces de suma estrechez. 73

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