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VIII Hablar de la pobreza del P. Diego casi es una re– dundancia conociendo ya su espíritu auténticamen– te capuchino. A semejanza del Seráfico Padre San Francisco, fue siempre un enamorado de la santa pobreza y durante toda su vida la practicó con el mayor rigor. Su porte exterior era un ejemplo vivo ele pobreza franciscana. Vestía pobremente y en todas sus cosas se notaba el gran amor que profesaba a esta santa virtud. La primera impresión que recibí personalmente del P. Diego fue precisamente a través de su po– breza en el vestir. Llegamos a. Bilbao prncedentes de El Pardo un grupo de postulantes. Era ya anochecido y los re– ligiosos acababan de cenar. Nosotros lo hicimos A continuación y, cuando estábamos cenando, se acercó un religioso ele mirada penetrante y viva. Su l1ábito era nrny pobre. De mitad para arriba era de un co– lor oscuro, de mitad para abajo más claro y gas– tado. Aquel hábito remendado nos impresionó a to– dos. ¿Quién sería aquel religioso tan pobre y al mis– mo tiempo tan limpio? Porque aquella pobreza no tenía nada de deprimente; al contrario, daba al que la practicaba cierta dignidad difícil de describir. Poco 72
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