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como me sucedía a la hora de la comida. Siempre comió muy poco, pero a veces no podía conseguir de él que comiera lo necesario para vivir. Entonces me ponía serio y le decía: -"No me obedece, Padre, no me obedece." El, entristecido, me preguntaba en– tonces; -Pero dígame en qué no le obedezco. -En que no quiere comer-le contestaba yo. Y él respondía: ·-"Pero, hijo, es que me pide co– sas imposibles." Entonces el hermano recurría a cierta estratage– ma que nos recuerda un bello capítulo de las "Flo– recillas". ~Padre, esta cucharada en honor del Padre Eter– no... Esta otra, en honor del Hijo... Esta otra, por amor al Espíritu Santo... Esta otra, por amor a la Santísima Virgen... " Y así iba recorriendo varios santos, hasta que conseguía que tomase todo el ali– mento. Llegó a ponerse en las manos de su joven enfer– mero de tal manera, que hasta para las cosas más pequeñas le pedía parecer y se sometía humilde– mente a él. Cierto día, al oir el toque de la campana que lla– maba a la función religiosa de la tarde, preguntó al hermano: -,¿Qué le parece, voy al Rosario? Cuando algún religioso le insinuaba hacer esto o lo otro, él, invariablemente, repetía: -Haré lo que le parezca al hermano. 70
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