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dos pequeños intervalos en los conventos de León y Montehano, y de estos 41 años, 22 fue Maestro de novicios. ¡Cuarenta· y un años encerrado en un convento! ¿Qué mayor prueba de obediencia para un religioso, sobre todo en los tiempos presentes en los que tanto se viaja? Más que obediencia podemos llamarla ver– dadera esclavitud. ¡Veintidós años sujeto a la vida monótona del noviciado; teniendo que repetir todos los años lo mismo; soportando las imperfecciones inherentes a los jóvenes principiantes en la vida espiritual! Todo esto es para llegar a cansar al hombr.e más tran– quilo. Y, sin embargo, el P. Diego no sólo cumplió c,on toda fidelidad el cargo que le encomendaron sus sn– peri9res, sino que hasta manifestó- en cierta ocasión "que una de las mayores gracias que el Señor le había concedido era precisamente el cargo de Maes– tro de novicios, pues de esta manera se había visto en la precisión de vivir siempre entre asuntos y ocupaciones completamente espirituales". Pero cuando el P. Diego practicó la obediencia hasta el heroísmo fue durante los últimos años de su vida, cuando, cargado de enfermedades y acha– ques, tuvo que someterse en todo a la voluntad de su joven enfermero. A él debemos los datos que da– mos a continuación. · -,Era tan obediente a todo lo que yo le mandaba -nos dice-que a veces me daba pena exigirle algo, G9
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