BCCCAP00000000000000000000425

poco. Fueron llegando por grupos y cuando lo hi– cieron los últimos, el P. Diego se levantó y, diri– giéndose a los que habían llegado en último lugar, les preguntó: -¿Quiénes son los que han ido más lejos? -Nosotros-contestó uno. -Vuelva y cuente los pasos que hay hasta donde llegó. El novicio obedeció. Los demás estaban sobreco– gidos no sabiendo en qué iba a parar aquello. Cuando regresó el novicio, el P. Diego le volvió a preguntar: -¿Cuántos pasos son? _;Trescientos-contestó el nov1c10 humildemente. -Pues recen todos tresc'ientos Rosarios de peni- tencia (1). Así terminó la escena y así enseñó el P. Diego prácticamente a sus jóvenes novicios la virtud de la obediencia. Tenía esta virtud muy dentro de su corazón y no sólo la inculcaba, sino que la exigía por todos los medios y muchas veces era él el primero en hacer alguna cosa que resultaba difícil para que sus no– vicios no tuvieran reparo en hacerlo siguiendo -su ejemplo. Recordemos la prueba a la q:ue sometía a los no– vicios todos los años para ejercitarlos en esta im- (1) Estos "rosarios" eran de jacul.atorias,, con lo cual. el Padre Diego tratal)a al mismo tiempo que imponer a sus no– vicios una saludable penitenc'ia, fomentar en ellos el ejercicio santo de Jn, presencia de Dios. 157

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz