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Según una piadosa costumbre, al salir de la ciu– dad iban rezando la letanía de la Santísima Virgen y al volver el Santo Rosario. ¡ Qué impresión pro– ducía en los seglares esta devota procesión! Mira– ban con extrañeza primero y después con devoción a aquellos jóvene.~ semilampiño 9, ·pálidos, pero con una vitalidad asombrosa que se notaba en el paso acelerado con que caminaban. Fuera de la pobla– ción el P. Maestro dispensaba el silencio y .los jó– venes novicios ascendían en animada conversación por aquellos montes, sin fijarse que detrás les se– guía con alguna dificultad su buen P. Maestro. Enfrascados en la convésación comenzaron a distanciarse cada vez más y entonces el P. Diego quiso darles una lección práctica para que apren– diesen a obedecer. Tenían ordenado que no podían separarse mucho unos ele otros y todos del Pa– dre Maestro. Cuando el P. Diego les vio más entusiasmados hablando y subiendo, se paró él y, sentándose de– trás de un pequeño arbusto al pie del sendero, esperó tranquilamente. Los jóvenes novicios siguieron anclando y hablan– do hasta que uno de ellos se dió cuenta de que el Padre Diego había desaparecido. El susto fué terri– ble. El castigo sería aún mayor. Preocupados, sin saber qué partido tomar, se volvieron en busca del Padre Diego. Por fin le descubrieron sentado tran– quilamente, pero no con rostro terrible, como ellos esperaban, sino sonriente. Esto les tranquilizó un 66

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