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2ños <.lel destierro. Hombres como el P. Pío de An-. tillón y el venerable P. Esteban de Adoaín llena– ban por aquel entonces nuestros con\ventos con el perfume de su santidad. El P. Diego, dado su ca– rácter, se asimiló inmediatamente aquel espíritu, todo el basado en una absoluta obeditmcia, y lo conservó hasta el último momento de su vida.. Eran los tiempos heroicos en que los religiosos practicaban esta virtud como el cadáver del que hablaba nuestro Padre San Francisco. La obe– diencia era el fundamento de la vida religiosa y, sobre todo, en los años de formación se daba una importancia decisiva a esta virtud. No es de extrañar que el P. Diego, educado en este espíritu, exigiese a sus novicios una fidelida<;l especial en la manera de obedecer y que la mayor parte de las pruebas a que los sometía tuviesen como objetivo principal esta importante virtud. Todos los que fuimos sus noviciog, recordamos anéc– dotas personales a este respecto y se formaría una Yariada miscelánea con el relato de. todas ellas. Vamos a referir una que se repetía invariable– mente todos los años. Es costumbre que, al menos una vez a la se– mana; se dé a los jóvenes religiosos un día de pa– seo fuera de la población donde viven. En Bilbao los novicios solían tenerlo en dirección a los mon– tes de Castrejana. Casi siempre iba con ellos el P. Diego, al menos mientras sus años se lo permi– tieron.
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