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VII Del P. Diego podríamos decir lo que San Pablo escribió del Señor en su Epístola a los Filipenses; "que se hizo obediente hasta la muerte". (Filiven– ses, 2, 8.) Fácil sería escribir un largo capítulo acerca de la obediencia del P. Diego, bastaría coger en las ma– nos la Regla seráfica, las Constituciones capuchi– nas y los demás libros de la legislación y poner al final de ellos esta sencilla frase: Todo esto lo cum– plió el P. Diego con la mayor fidelidad por espacio de cincuenta y nueve años. La observancia regular, de la cual fué ejemplar modelo, no se contentó con recomendarla a sus no– vicic, ,, sino que personalmente la vivió en toda su pureza e integridad. Ya vimos al háblar de su aus– teridad cómo cumplió al pie de la letra, con admi– rable espíritu de. obediencia, cuanto las leyes de la Orden imponen o meramente aconsejan a todo buen capuchino. El P. Diego obedecía con toda la per– fección de que era capaz, y para él hasta la más sencilla y aparentemente insignificante costumbre tenía un valor de precepto. Su entrada en la Orden tuvo lugar cuando los primeros capuchinos que vi– niernn a España después de la esclaustración, con– servaban aún viva la austeridad adquirida en los

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