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Hablándole en cierta ocasión de cómo algunos de Jos que él había tenido de novicios habían alcan– zado elevadas dignidades eclesiásticas y puestos de responsabilidad en el campo de las ciencias o en el régimen de la Orden, lejos de enorgullecerse por ,ello, solía decir humildemente: "Sí, sí, ya sé. Fueron todos ellos muy buenos desde, el noviciado." Y E:'sto no quiere decir que no .gozase en ver a sus antiguos novicios elevados a puestos y digni– dades; tendremos ocasión de tratar de ello cuan– do hablemos de su gran anior a la Orden, pero su humildad le hacía incluso disimular los triun\fos de los que fueron sus súbditos a fin de evitar el más mínimo motivo de envanecimiento. Así fué el P. Diego. Un religioso humildísimo que jamás se buscó a sí mismo. De él podemos de– dr con verdad aquellas palabras de La Imitación de Cristo: "Dios defiende y libra al humilde; al hu– milde ama y consuela; al hombre humilde se in– clina, al humilde concede gracia y después de su abatimiento le levanta a gran honra. Al humiláe descubre sus secretos y le atrae dulcemente a S-í, y le convida. El humilde, recibida la afrenta, está en paz, porque está en Dios y no en el mundo. No pienses aprovechado algo si no te estimas por el más inferior de todos." (K'empis, libro II, cap. Il.)
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