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parecía demasiado cuanto se hacía por él. "Soy la mayor calamidad", solía decir. Falto de apetito las más de las veces, era para él un sacrificio el tener que tomar algo por poco que fuese. El hermano enfermero le insistía cariñosa– men'te y a veces hasta le ponía la cuchara o el ali– mento· en la boca para obligarle a tomar lo más imprescindible. El P. Diego obedecía, como un niño, y su única palabra de protesta, si así cabe llamar– la, era esta su frase favorita: "Bendito, bendito, .que me lo está haciendo comer a la fuerza." A veces los religiosos que le iban a visitar, com– padecidos de sus muchos dolores, le decían que su penitencia tenía que ser muy agradable al Señor, y entonces él, haciendo un gesto de contrariedad, .como dando a entender que no le agradaba que le dijeran eso, añadía i111mediatametne: "Las que su– fren y hacen penitencia son las Capuchinas. ¡Esas sí que hacen verdadera penitencia! Cuando le co– muí:ücaron que tenía que ingresar en el Sa11atorio Bilbaíno, primero, y después en la· ,Clínica de San Antonio, ambos establecimientos de pago, no pudo menos de manifestar su disgusto y al Superior del convento le dijo que "por qué hacía aquello". "No, no, yo no debo ir a esa clínica; yo debo ir al hos– pital de enfrente que es la casa de los pobres." Y en efecto, como el más pobre y humilde de to– dos se portó en los ·mencionados establecimientos sanitarios, pareciéndole siempre demasiado todo lo que se hacía por él. 62
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