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pasado. Este religioso no tiene derecho a metersé en lo que no le corresponde." Pero el humildísimo:• P. Diego contestó: "Déjelo. Qué más da." Como queriendo decir: más vale un acto de hu-– mildad que todos los derechos y razones hmnanas. Con razón ha podido decir de él · una de sus di– rigidas: "No se buscaba a sí mismo, sino a Dios.. Hasta en lo bueno se escondía en Dios." Esta misma señorita se atrevió- a preguntarle un: . día: "Padre, ¿qué voy a hacer cuando usted muera?". A lo que el P. Diego contestó rápidamente: "ótra– vendrá mejor que yo." Hasta tanto llegaba su humildad, que incluso se echaba a sí mismo la culpa del posible poco adE– lanto en la vida espiritual de sus penitentes. A una persona que se quejaba de ello la contestó hu– mildemente: "Eso es falta del director." Así era la hµmildad del P. Diego, no sólo sen,t~a bajamente de sí mismo, sino que hasta lle~aba a creerse culpable de que sus dirigidos no fueran lo perfectos que debían. Esta es la manera de obrar de los santos. Pero cuando la humildad del P. Diego 1:esalta más que nunca es durante los últimos cuatro años· de su vida. Enfermo de gravedad; completameL.te imposibilitado para hacer nada; solo en sú pobre celda la mayor parte del día. jamás se le vió un acto de ex:igencia, antes al contrario, siempre Jpc 61

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