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señor Larrea, en cuyo domicilio estuvo recogido ,cturante el período rojo. En esta misma casa vivía un sacerdote del clero secular. Cierto día la señora invHó al P. Diego a ,:que dirigiese el Rosario que todas las noches re– zaban en familia. El P. Diego se disculpó humil– demente diciendo que "mientras estuviese un sacer– ,dote secular a él le pertenecía hacerlo". "Así era de humilde el P. Diego", exclama dicha :señora. Ep su trato con los Superiores de la Orden era humildísimo, incluso en cierta ocasión cedió de su derecho por no contradecir a un religioso anciano. Salían cierto día los novicios de paseo y el Pa– ,rlre Diego con ellos. El referido religioso estaba e11 aquel momento en la portería y, viendo a uno de los novicios que por aquellos días había estado en ,cama con una ligera indisposición, preparado para -salir con los demás, le ordenó que se volviera a su celda. El P. Diego calló, a pesar de tener todos los derechos respecto al novicio, ya que ningún reli– gioso, ni siquiera el Superior ele la casa, puede -0isponer ele un n\ovicio sin permiso del P. Maes– tro. El novicio miró al P. Diego,, como preguntán– dole a quien obedecía y entonces el P. Diego le dijo: "Quédese." El religioso que nos ha referido el caso, joven entonces, se encaró con el P. Diego y le dijo: '"Vuestra Paternidad tiene la culpa de lo que ha
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