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hizo un periódico de la localidad, hacía grandes elo– gios de la arrebatadora elocuencia del P. V1l1anín, y añadía: "el no menos elocuente P. Diego de San Román". "Ya ven qué trazas tengo yo de elocuente ora– dor", añadía entonces, mirando a sus novicios que nb podían contener la risa. "Para que se fíen de las cosas que dice el mundo."· Su humildad brillaba en todas sus cosas y, sobre todo, en su persona. Era extremadamente callado y las pocas veces que iba a recreo con la Comuni– dad, hablaba muy poco, prefiriendo escuchar. La mayor parte ele las veces pasaba los recreos en la huerta del noviciado profundamente abstraído en Dios o sencillamente entretenido con las flores de las que era muy amante. A pesar de ocupar durante casi toda su vida el cargo de Maestro de novicios, siempre se conservó humilde y tuvo verdadera repugnancia a las pre– lacías y dignidades de la Orden. En tiempo del Capítulo Provincial, en el cual suelen renovarse los cargos más importantes, se le oía repetir: "A ver si esta vez me dejan ya tranquilo." Su horror a las prelacías se manifestó, sobre todo, cuando el año 1945 fue elegido para Guardián. del convento de Bilbao. Una y otra vez suplicó a los Superiores que le librasen de aquella carga y con toda humildad se opuso a aceptar sólo cuando la santa obediencia le pidió que aceptase, lo hizo hu– mildemente. Elegido Superior, brilló aún más su 58
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