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tenía a punto el regalo inestimable de una palabra de agradecimiento. Don Fernando Ortega, practicante de la Policlí– nica de San Antonio, dice también: "Era muy atento para todos y su agradecimien– to era de una manera especial para los que le ha– cían algún favor, por pequeño que fuera." "¿Cómo le pagaré tanto como ha hecho por mí?" preguntaba al médico que le operó. Y ,al contestarle el doctor: "Que ya estaba todo pagado", el P. Diego añadió, con una humildad y sencillez impresionantes: "Ya le encomendaré a Dios" En efecto, en la Clínica de San Antonio, ni los médicos, ni los enfermeros, ni las religiosas, quisie– ron cobrar nada; es más, el médico quiso él mismo pagar la estancia. Al comunicárselo al P. Guardián le dijo: "Padre, tengo gran satisfacción en hacer este pequeño obsequio. No sé qué vi yo en el rostro del P. Diego que me impresionó tanto." ¿Y quién podrá medir la gran caridad del P. Die– go en su ejercicio del confesionario donde tantas horas pasó? Todos sabemos que uno de los deberes más pe– nosos del sacerdote es precisamente el oír confesio– nes y la importancia que tiene en este ministerb la práctica de la caridad. El P. Diego fué un apóstol del confesionario y su caridad no tuvo límites en el ejercicio de este santo ministerio. Horas y horas pasó escuchando a toda clase de penitentes sin mos- 54

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