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En cierta ocas1011 se vió precisado a pedir pú– blicamente un favor a los religiosos, los· cuales lo hicieron irimediatamen\te. Al día siguiente, en pú– blico capítulo, el P. Diego, todo emocionado, les dió las gracias por ello. Y ya que del capítulo de culpas hablamos, su gran. caridad y delicadeza la mostró en este acto de Comunidad no sólo tratando a los religiosos con singular deferencia al tener que corregir al– gún defecto público, sino también absteniéndose de tomar dicha culpa a los religiosos de cierta edad y, sobre todo, a los sacerdotes. Antes de estallar la guerra civil se dió el caso de que algunos religiosos recibían prensa naciona– lista. Naturalmente, esto no era bien ·visto por la mayor parte de los religiosos de la Comunidad, los cuales juzgaban, y con raz.ón \, que el que ha aban– donado el mundo para mejor servir •a Dios, no debe mezclarse en ideas políticas, ni menos recibir pe– riódicos u otra clase de propaganda. Enterado el P. Diego, reprobó públicamente el hecho, pero ol terminarse la guerra y presentarse la policía en el convento, fue él quien defendió con más ahinco a los referidos religiosos y quien se puso en con– tacto con el Superior para que tomase las medidas oportunas a fin de que no les sucediese nada des– agradable. Después de l_o dicho no es de extrañar que un re– ligioso anciano haya resumido la vida del P. Diego en estas breves palabras. 51
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