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de dicha familia, amén de otras muchas e impor– tantes limosnas que en distintas ocasiones hicieron al monasterio de que hablamos. Pero donde la caridad del P. Diego resplandeció de manera extraordinaria fue durante los tres años que estuvo al frente de la Comunidad de Bilbao en calidad de Guardián. Las circunstancias económicas en que le tocó dirigir la Comunidad fueron calamitosas. Eran los años in;mediatos a la terminación de la guerra de lib2ración. En todo Bilbao era voz pública ele que en el convento de los Capuchinos se vivía pobre– mente, casi miserablemente. El P. Diego, como una madre cariñosa, acudía a todas partes en demanda de socorros para sus súbditos. Cierto día tuvo que hacer una gestión con este fin ante el _señor Dele– gado de Abastos. No sabemos qué le diría o qué vería él en el P. -Diego, lo cierto es que no sólo le atendió generosamente en sus peticiones, sino que desde aquel día comenzó a confesarse él y su_ es– posa con el P. Diego y sólo lo dejó al ser trasladado a otra capital de España Por esta misma época, cierta señora, enterada de las penalidades económicas que pasaban los Ca– pucllinos, entregó al P. Diego, con quien se diri– gía hacía muchos años, la cantidad de 30.000 pe– setas. ¡Cómo gozaba nuestro buen P. Diego cuando veía que no les faltaba nada de lo ri:ecesario a sus re– ligiosos! ¡Entonces sí que su corazón de padre se sentía completamente feliz! 50
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