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tra Orden es costumbre que los nov1c10s y religio– sos jóvenes no entren dentro de la celda de nin– gún religioso. El P. Diego, comprendiendo inme– diatamente la tentación, dijo al novicio: "Bendito, bendito. ¿Qué le pasa? Siéntese." "Me senté-confiesa el interesado, hoy misionero en América-e inmediatamente sentí renacer la paz en mi interior. El P. Diego me empezó a hablar con tan.rto cariño que me desarmó por completo. Después siguió aún hablándome acerca de la vo– cación religiosa y, de improviso, clavando en mí sus ojos, me preguntó: "¿Qué?" Yo no supe qué contestar, lo cierto era que mis dudas sobre la vo– cación habían desaparecido por completo. Antes , ele salir de su celda me dijo aún: "Bueno, hijo mío, a ser fuerte en la vocación; tenga en una mano la Regla y en otra nuestras Santas Constitucio– nes." Estoy seguro que mi vocación, después de Dios, se la debo a la caridad del P. Diego. Duran,te los días siguientes el P. Diego me acompañó el mayor tiempo posible y, para entretenerme, me ayudaba a quitar las hierbas de los paseos en la huerta." Otra de las ocasiones en que el P. Diego prac– ticaba la caridad era con motivo de la votación a que eran sometidos los novicios antes de ser admi– tidos a la profesión religiosa. El P. Diego era el gran defensor. Para él todos eran buenos y, cuando la Comunidad rechazaba a alguno por no conside– rarle apto para la vida religiosa, él salía en su de- 4d

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