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ñora a confesarse y el P. Diego vio en ello un re– galo de la Providencia. Pero dejemos que nos lo cuente ella misma. "Fuí, como de costumbre, a confesarme con el P. Diego y después de la corufesión le dije si nece– sitaba algo. Esto siempre se lo decía y siempre me había contestado que no necesitaba nada. Pero este día, en la forma de decirlo, noté yo que algo necesitaba, pero que no se atrevía a decírmelo. In– sistí entonces y volví a pregun1tarle: ¿Pero de ver– dad que no necesita nada, Padre? Entonces él, con ·una humildad que me conmovió, me dijo: "Tengo un novicio que está muy mal; ¡ si usted pudiera hacer algo por él!" Y me i11/dicó la medicina que: necesitaba. Le prometí mandarle cuanto antes lo que me pedía, aunque bien s~be Dios que lo hice principalmente por complacer al P. Diego. No sé si Dios me premiará la obra de caridad tan imper– fectamente hecha." Esta caridad para con los enfermos la hacía ex– tensiva a los religiosos de la Comunida.d a quie– nes atendía como una :¡nadre. El se encargaba de aplicar las inyecciones y estaba pendiente de todo lo que mandaba el médico para ponerlo en prácti– ca. Uno de los religiosos que más experimenfcaron esta caridad del P. Diego nos dice: "A la hora que fuese, le tenía a mi disposición. Bastaba que die– se un golpe en el tabique de mi celda para que acu– diese con máxima presteza. Unas veces eran l'ls cinco de la mañana, otras las tres; a la hora que 4.G
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