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Ante todo quería que sus nov1c10s fueran capu– <!hinos a "la antigua", amantes de la austeridad J)ropia de la Orden y hombres de oración. Su frase predilecta, que tenía algo de reprensiva y amable al mismo tiempo, era esta: "Bendito, bendito, otros años por ahora ya ha– oían entrado, en cambio Sus Caridades ... " Para el P. Diego "entrar" era la palabra mágica que encerraba en sí la entrega absoluta al servicio de Dios; el desprendimiento de las criaturas; la oración más sublime a que puede aspirar un al– ma... ; en una palabra, "entrar" era sinónimo de la máxima perfección. Sencillo, endiosado, con ansias de infundir en sus jóvenes novicios la perfección que él había alcan– zado en todas sus obras, se esforzaba en conseguir– lo al precio que fuese. ¡Cuánto sufría cuando al– guno de sus novicios, nb pudiendo seguir por tan -;difícil camino de perfección, desfallecía y pedía vol- ver al mundo! Era uno de los peores momentos pa– ra el P. Diego. Lo decía él con pena: "Nunca sufro tanto como cuando tengo que qtütar la torsura a algún novicio." Y era verdad. El día que tenía que despedir a >1lguno se le veía triste, preocupado... Para él la .vocación de sus jóvenes novicios era lo más sa– grado. En las pruebas a que les sometía era parco, sobre todo cuando notaba que no eran bien reci– bidas, y entonces, con una prudencia admirable, procuraba no insistir en ellas, por temor a poner

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