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menzaba la conferencia. El efecto lo tenía bien pre– parado y nunca le fallaba. Creo recordar que ef momento elegido era cuando pronunciaba el nom– bre de un conocido autor de vida espiritual: el Pa– dre Seisdedos. Los novicios nos reíamos invariable– mente al oír el apellidó del famoso jesuíta, y era entonces cuando el P. Diego, dando un carpetazo· en la mesa, se levantaba y nos dejaba a todos des– concertados. A la puerta estaba esperando el P. Vi– cemaE.!stro, que entraba entonqes y daba la señal' de acudir a otro acto de comunidad. En sus últimos años un religioso le recordó la. escena y él, dulcemente, le manifestó: · "Era una de las cosas que más impresionaba a mis queridos novicios. Lo repetía todos los años: porque el efecto que con ello conseguía era sor– prendente, pues desde ese día tomaban más en se– rio la vida espiritual." El P: Diego, al obrar así, lo hacía en primer lu– gar con: conocimiento de causa y a sabiendas de que con ello obtenía frutos espirituales muy salu– dables y además por cumplir una consigna recibida de cierto superior provincial que le había mandado· formar a los novicios en el espíritu de austeridad propio de la Orden y, sobre todo, en el espíritu de obediencia, probándoles con toda clase de peni– tencias y humillaciones. "Forme re'ligiosos varoni– les, no melindrosos, que no saben aguantar, como, si fueran de vidrio, la más leve reprensión de los Superiores." Y el P. Diego cumplía fielmen\te este mandato. 43
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