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ocupación más sagrada que la de educarles, for– marles e instruirles en las costumbres ele la Orclen, en una palabra; hacer de ellos unos perfectos ca- . puchinos. Sus novicios eran la mña de sus ojos y por ellos era capaz de realizar los mayores sacrifi– cios y las mayores privaciones. ¿Cómo entonces explicar su dureza exterior con ellos? Precisamente aclmitiei1do el gran amor que los tenía. Fl P. Diego era para sus novicios una verdadera m?.cll'2 ror el cariño y por el desvelo que tenía para con ellos. Su obsesión consistía en conseguir ciue Pus novicios fueran desde los primeros días de! no– vici2clo unos perfectos religioso:::. Esto mismo ya in~,ica la sencillez. de su espiritu y cómo el amor le cegaba. Sus novicio:, no eran capaces ele seguir les pasos de su santo Maestro en el camino de la perfección religios:i, precisam<:,nte por sus pocos años ele edad y de vida religioca. Esto, naturalmen– te, le hacía sufrir. Y ele aquí se explica su aparente dureza al no dejarles pas::té' la más ligera falta. Su norma ele educación era ésta y la llevaba a raja– tabla. Toclc,: los que le tuvimos por J\:IaG:;tro recorclnmos aqué?Ila escena violenta, impre-:;ionante, que rqv:,tfa invariablemente toclcs les afío3 y c;ue durante va– rlo3 días dejaba en el ánimo de los jóvenes novicios cierto terror. El día clestinaclo para ello, el P. Die– go entraba unr po20 más tarde en fa sala de co11?2- rencias, con aspecto serio. Tornaba L, culpa y co- 42

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