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V El P. Diego, a primera vista daba la impresión de ser un hombre áspero e inso:iable. Sólo después de tratarle muy de cerca se llegaba a descubrir, a través de su natural adusto, la más amplia y pa– t<::rnal caridad. Era duro e ingenuo al mismo tiempo, áspero y amable, justo y caritativo. "En é1, como le ha de– finido con frase certera uno de los religiosos del convento de Bilbao, estaban perfectamente herma– nadas la gracia y la naturaleza." Esta aparente dureza de carácter aparecía de una manera singular en su trato con los novicios. El hecho podrían confirmarlo todos cuantos le tuvie– ron por Maestro. Su dureza de carácter era proverbial y so1a su pr2s2ncia causaba respeto y, hasta pudiéramos de– cir, miedo en los jóvenes novicios. Ver al P. Diego hacía temblar. Su mirada penetrante, sobre todo cmrntlo lo hacía por encima de sus gafas de présbi– ta, daba la impresión cte que leía en lo más secrec◊ ,del corazón. En honor a la verdad se ha de decir que a prime– ra vista inspiraba poca confianza. Y, sin embargo, el P. Diego era todo él caridad, y sobre todo con sus queridos novicios. Para él no había en su vida otra 41

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