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En verdad que pocas personas tuvieron la opor– tunidad de conocerle tan de cerca como yo. Más que hechos o dichos de nuestro P. Diego, quiero manifestarle mi opinión sobre su santa vida. De su oración, observancia regular, austeridad, humildad, caridad... , yo no tendría inconveniente en suscribir lo que se ha escrito de grandes santos. También' la dará a conocer mi opinión sobre la santidad del P: Diego, el cariño y veneración con que conservo su fotografía y un pedacito de su há– bito. El P. Diego era un hombre de Dios. Si no ¿por qué, desposeído de cualidades naturales, todas las personas que le trataban una sola vez ya se sentían como atraídas por él? ¡Qué bien se puede aplicar al P. Diego lo que se dice del _Seo. Padre! ¿Por qué a ti? ¿Por qué a ti? Tú. no eres hermoso, no tienes ciencia, ni elocuencia y, sin embargo, las gentes sieníten por ti gran simpatía... No sé lo que contestaría a estas palabras el Pa– dre Diego, pero yo contestaría: Porque a través de aquellas apariencias poco atrayentes resplandecía el alma de un perfecto religioso y de un santo sacer– dote. Me alegra el que no ocultemos la luz debajo del celemín, shio que resplandezca y nos sirva de guía en el camino de la vida. Esto lo conseguirá V. C. dando a conocer la ejemplar conducta de nuestro P. Diego. Le bendice, t FR. MIGUEL AURRECOECHEA 40
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