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de los pueblos cercanos, acudiesen a su confesiona– rio y que, quienes lo hacían una vez continuasen hadi>ndolo siempre. El señor Elorza, que lo fue desde el año 1926 hasta 01 1958 en que murió el P. Diego, nos ha re– ferido Jo siguiente; "1!11 día de invierno, en que había caído una gran nevada, vine desde Zorroza a Basurto a confesar– me con el P. Diego. El Padre, al verme, me pregun– tó sorprendido; "¿Cómo se ha atrevido usted a ve– nir en un día taú malo?" A Io que yo le contesté sencillamente: "Porque algo extraño me obligaba a venir." Ese algo extraño-añade-era la persona del P. Diego que me atraía con su santidad." La fama del P. Diego como confesor no se eclip– só durante los aciagos dfas de la guerra. Sus diri– gidos le buscaron y siguieron confesándose con éJ cmi regularidad. En la parroquia de San Vicente tenía su confesionario y lo atendía con ejemplar puntualidad. · "Al principio-nos dice una de sus dirigidas– vestía una gabardina pobrísima. Verle de aquella manera causaba una impresión extraña. Se pare– cía a Cristo vesti<:lo de pobre; Poco después le pro– porcionaron un abrigo negro, o cosa parecida. Allí acudíamos todos sus penitentes en busca de consue– lo y de tranquilidad en aquellos días de inqui~tu– des y desasosiegos." La fama del P. Diego en todo Bilbao era grandí– sima, prueba de ello son los muchos asuntos de fa– milia que, gracias a su prudencia y tacto exquisito, 38

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