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Nunca dudó del triunfo del ejército nacional y, cuando le notificaron que tenía todo preparado para trasladarse a Francia, se resistió un poco, pues tenía la firme seguridad de que la guerra terminaría pronto y a favor de los nacionales, "porque Dios no podía abandonar a los que defendían su Religión". Esta misma confianza en Dios la recomendaba a sus penitentes en los asuntos familiares más difí– ciles. A cierta señora, muy atribulada por la des– gracia que había sobrevenido a su marido, la decía: "Mire, no se desespere. Todo será para mayor bien de usted y para mayor gloria de Dios." Otro tanto hacía cuando se trataba de dificulta– des morales. A una religiosa, víctima de una manifiesta incom– prensión, la consoló con estas palabras: "Si no es culpable, ofrézcalo al Señor; si es cul– pable, arrepiéntase ante el Señor." Así, con esta suavidad y con esta entereza, lle– vaba el P. Diego la. paz a las almas y procuraba fomentar en ellas la confianza en Dios. ¡Y cómo gozaba él espiritualmente cuando algún alma, alejada de Dios, llegaba a su confesionario en demanda de perdón! "Se sentía satisfecho--asegura una de sus dirigi– das-cuando confesaba a alguno que hacía muchos años que no lo hacía." 'f.a hemos dicho que el P. Diego ejercía sobre las almas una sobrenatural atracción, por eso no debe extrañarnos que no sólo de Bilbao, sino tarr..bién 37
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