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Pero el "curita ruín" a los pocos días consiguió cambiar la opinión del pueblo. Pronto se hizo que~ rer y admirar por su extraña virtud y, sobre todo, "por su excelente manera de confesar". Y es que, Dios le había elegido para que se comunicase a las almas, no por sus cualidades de orador, ni por su facilidad de conversación, ni siquiera por su trato agradable y sencillo. El ·p. Diego nunca fue simpá~ tico en el sentido humano de esta palabra; su aspec– to exterior no fué de los que cautivan o atraen, y su manera de expresarse fué siempre torpe y desali– :ñada. Careció en absoluto del don de la palabra, Y cuando tuvo que hablar en público, bien a los nov'i– cios, bien a algunas Comunidades religiosas, lo hizo siempre con los apuntes delante y con gran dificul– tad. Y sin embargo, sus pláticas, mitad charla, mitad lectura, estaban impregnadas de algo sobrenatural que· llegaba profundamente al fondo del alma. Al– gunos religiosos aún recuerdan con emoción aque– llas sencillas pláticas del noviciado y, sobre todo, aquellas 'charlas de los domingos después del reza del Santo Rosario, durante las cuales daba rienda suelta a su fervor y a su caridad. "Los domingos y días festivos -escribe un bene– mérito misionero en tierras venezolanas-nos reu– nía y nos hablaba más íntimamente, más al alma. Recuerdo qué impresión tan profunda me causaban aquellas pláticas tan familiares, tan paternales... Alguna vez nos leía fragmentos de cartas de almas muy elevadas que se dirigían con él, sin decirnos,
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