BCCCAP00000000000000000000425

edificó de él, fue su paciencia y resignac10n en me– dio de los más terribles dolores". Las religiosas del Sanatorio Bilbaíno recuerdan cómo siendo el P. Diego Superior, iba él personal-– mente a decirles la Misa los días más desapacibles del invierno, descalzo, lleno de barro, para evitar a sus religiosos _esta mortificación; en cambio los días buenos se quedaba en casa. Siempre elegía pa– ra sí lo más difícil y molesto y en· cam'oio recha– zaba todo cuanto significase alivio o comodidad. Cierto señor, dirigido suyo dmante muchos años, le proporcionó una estufa eléctrica, comprometién– dose además a sufragar el gasto c1.ue hiciera. El P. Diego no quiso aceptar de ninguna manera este pe– qm,ño alivio, y si bien es verdad que condescendió con el hermano enfermero, que le 01cendía la es– tufo., apenas salía éste ele la celda, la apagaba in– mediatamente. Cuando el hermano volvía, y en– contral:::a la celda fría, le reprendía dulcemente, y entonces el P. Diego, con una humildad infantil, se disculpaba diciendo: -"Perdóneme, hermano, pero es que hay que su– frir algo en este mundo". Ya vimos en otro lugar cómo siendo Maestro de novicios dormía rnbre las duras tablas, teniendo por único abrigo una pobre manta. Ya vimos tam– bién cómo practicó las penitencias propias de la Orcíen y algunas más personales suyas. Todo ello no tiene otra explicación sin una dosis muy gran– de de espíritu de mortificación. En el Sanatorio Bilbaíno, al notar que había ca- 26

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz