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de nuevo a confesar, y él, en vez. de quedarse, co– mo muy bien -pudiera haberlo hecho a causa de su:" grandes achaques, volvía a bajar los dos pisos que le separaban de la iglesia sin dar la menor señal de contrariedad y sin intentar saber quién era la per– sona que le llamaba." Y es que el P. Diego-según testimonio de una <le sus más asiduas dirigidas~"tenía un desprendi– miento absoluto de las personas y sólo miraba a ha.cer bien a fas almas." No es éxtraño que el médico que le operó por dos veces, ante un espíritu tan sufrido como el del P. Diego, volviéndose a sus ayudantes les dijese en– tre admirado y sorprendido: -"Este Padre ti.ene madera de santo". Aún recuerdan en la Clínica de San Antonio y en el Sanatorio Bilbaíno, los ejemplos de paciencia y resignación del P. Diego como de algo único .Y extraordinario. -"Nunca se quejaba", asegura una de las reli– giosas encargada de cuidarle. -"Nunca se le oyó una palabra de protesta o de queja-,añade D. Fernando Ortega, admirador y de– voto excepcional del P. Diego, como se desprende del hecho siguiente. Llegados al sanatorio le preguntamos si podía decirnos algo sobre el P. Diego; él, sacando la car– tera, nos enseñó una "foto" del Padre e hizo este sencillo, pero elocuente comentario: "Para mi el P. Diego es un verdadero santo, y lo que más me 25

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