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tormento de la falta de sueño. Recordemos esas no– ches de insomnio, que tal vez cada uno de nosotros ha pasado alguna vez en la vida; esas noches eter– nas en que el reloj parece haberse parado y el día no llega nunca. Pues bien, el P. Diego tuvo que so– portar esta sensación durante muchos años a cau– sa de la tos pertinaz que no le dejaba dormir ni un cuarto de hora seguido. Y lo que aún causa rnfis ac'miración es que, lo que más le afligía, no era precisamente el haber 11asado él mala noche, sino la preocup;:ición de no haber dejado dormir al religioso enfermero que le cuidaba. ¡ Cuántos días por la mañana, cuando este reli– gioso entraba a pregúntarle si necesitaba :_;lgci, pl P. Diego, como un niño, se Rdelantaln a pedirle perdón y a lamentarse de lo mucho que le había molestado durante la noche con su constante toser! Su espíritu ele sacrificio fue tan vancle que, a veces, llegó hé:sta el heroísmo, sobre todo cuando se trató ne hacer bien a las almas. -"Estando ya muy enfermo-nos dice uno ele los religiosos-se pasaba toda la mañana o tocla la tar– de en el confesionario y hubo veces que "alió de allí completamente mareado". -"El día de San José del año 1944, se cayó en el confesiornJ.rio, víctima de su gran espíritu de sa– crifici.o y de su inmenso amor a las almas". -"Siendo muy anciano y lleno de achaques, a veces apenas había llegado a la celda, le llamaban 24

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