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sal'iamente tenía que sentir, le contestase con una delicadeza y una humildad admirables. -"No hay ni mal, ni bien, haciendo la voluntad de Dios". Esta fue siempre la gran máxima ascética del P. Diego y su admirable concepto de la mortificación cristiana. Para él, haciendo la voluntad de Dios, los mayores dolores, las más duras mortificaciones, no tenían importancia. Para él el sufrir, ·como el go– zar, no tenían razón de ser más que en este senti– Co, y toda su vida, la vida sobre todo de sus últi– mos años, repleta de dolores de todo género, no ad• mitía o~.ra explic2ción e:ue el set cumplimientó de la voluntad de Dios. Por eso cierto día que un religioso se atrevió a pt(:guntarle, por qué no pedía la curación', el Pa– dre Diego contestó humildemente: -"Yo no me 0 trevo a pedir a Dios qúe me cure, lo único que le digo es: "Padre nuestro que estás E-11 los cielos". La enfermedad fue el gran palenque en el que el P. Diego ejercitó su vida de mortificación y de sa– crificio. Sólo EJ tener que soporUrr durante dieci– siete años una curación diaria en la horic:1a d;!l cos– tado, junto con un sinnú.mero de dolenci.as y ah0- gos, todo ello soportado con una entereza de ánimo y una capacidad de sufrimiento casi inconcebibles, es más que suficiente para decir que .fue un au– téntico varón de dolores. En los últimos años, aparte las molestias que acabamos de enumerar, tuvo que sufrir el terrible 23

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